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Túnez, desierto e historia

Una vez más nos dirigimos a Túnez para realizar una ruta mezcla de aventura en las dunas y paseos por la historia de este pequeño país.

 

Tras veinticuatro horas de travesía llegamos al puerto de Túnez y en la larga cola esperamos pacientes nuestro turno, sin prisas, aprovechamos para cambiar moneda y después de poco más de una hora salimos del puerto. Junto a este esperamos el resto del grupo y una vez reunidos iniciamos nuestro camino hacia el sur. Durante esta primera jornada en suelo tunecino no tocaremos pista, bajamos rápidamente deteniéndonos tan solo en Sbeitla.

Situada en el centro del territorio, la ciudad alcanzó su máximo esplendor bajo el imperio bizantino, la existencia de acuíferos y el cultivo de cereal y olivar marcó su despegue económico.  El Patricio Gregorio la convirtió en la capital en el año 646,pero tan solo un año después las tropas musulmanas de Abdalla Obn Saad tomaron y saquearon la ciudad. Hoy, entre sus restos, encontramos algunos mosaicos, las termas públicas, los arcos de entrada al foro, el teatro, algunos edificios religiosos de la época cristiana y sobre todo la plaza donde se encuentran los tres templos dedicados Júpiter, Juno y Minerva.

Tras un paseo por la historia de nuevo nos ponemos en marcha camino de Gafsa, ciudad bulliciosa donde nos alojaremos. Por casualidad en el hotel en que nos encontramos se celebra esa noche una boda, incapaces de reprimir nuestra curiosidad nos acercamos y en cuanto nos acercamos somos cordialmente invitados a unirnos a la fiesta, participar del baile y fotografiarnos junto a los recién casados. Muestra de la hospitalidad de la que siempre ha hecho gala el pueblo tunecino.

A la mañana siguiente despertamos con las primeras luces del alba, una constante a lo largo de todo el viaje, y tras repostar nos ponemos en marcha.  El recorrido nos lleva junto a las montañas que separan la mitad sur del país, montañas de dura roca, descarnadas, sin un atisbo de vegetación pero que esconde auténticos oasis entre sus angostos cañones. Nos detenemos en Chebbika y paseamos entre el palmeral que crece junto al riachuelo que mana entre las gritas de la roca, formando pozas y pequeñas cascadas.  Posteriormente continuamos nuestro camino para dirigirnos hacia lo que queda del poblado Tatouine, el decorado de la  película La Guerra de las Galaxias. Una pista infernal, donde la Tole Ondule es capaz de aflojar hasta el tornillo mas recio nos acerca hasta las primeras dunas donde se encuentran los decorados. Comprobamos como la magia del cine convierte productos cotidianos como el PVC y el contrachapado en artilugios de tecnología futurista. Como es habitual nos hicimos las primera de las fotos de grupo. Se acerca la hora de la comida y nos desplazamos hasta el inmenso palmeral de Nefta, aprovechando sus sombras para comer tranquilamente.

Nuestro siguiente destino es Douz, la puerta del desierto, pero todavía tenemos que salvar un obstáculo, una trampa con la que hay que tener cuidado; Chott El Jerid. Este lago salado se encuentra la mayor parte del año seco, pero bajo una aparente capa superior de suelo firme, encontramos un barrizal capaz de tragarse un coche y quedar atrapado en él puede suponer  días de trabajo para rescatarlo. Nos adentramos temerosos por el chott que aparentemente se encuentra en buenas condiciones, circular por esta vasta extensión completamente lisa es un autentico placer pero poco a poco los coches van marcando el camino, las roderas se hacen más profundas hasta que el sentido común nos aconseja dar la vuelta. En el momento justo, ya que al regresar dos de los coches nos quedamos atrapados en el pegajoso barro. La celeridad y la experiencia nos permiten en pocos minutos rescatar los vehículos y agruparnos con el resto del grupo en una zona segura. Como era algo que teníamos previsto, continuamos el camino por una rectilínea pista paralela, suficientemente alejada de la trampa de barro hasta llegar a la ciudad de Douz para descansar y recuperarnos del susto.

Ahora nos disponemos a realizar nuestra particular travesía del desierto, así que realizamos las compras necesarias para tres días alejados de la civilización aprovechando para eliminar de los vehículos el pegajoso barro de la jornada anterior. Nos dirigimos a Es Sabria cuando el viento azota las arenas del desierto que se desplazan entre las modestas casas de la pequeña población, situada a pie de las dunas. Nada más adentrarnos en ellas nos detenemos para bajar las presiones de los neumáticos y afrontar con mayor seguridad y comodidad  el mar de dunas que tenemos en el horizonte. Avanzamos lentamente guiados por nuestros Gps en este revuelto más de arena, pasos sinuosos entre ollas y crestas en las que se suceden los atascos que son solventados rápidamente, un mar para el disfrute de los amantes de la conducción y la navegación entre dunas. Un paisaje dominado por la soledad, ausente de vegetación salvo alguna aislada palmera y nuestra única presencia. Un entorno desolador y bello que nos atrapa una y otra vez haciéndonos volver en busca de nuevas emociones. En este entorno nos movemos durante toda la mañana, alargando la hora de la comida hasta abandonar el mar de dunas y descender al valle de las rosas. Durante la tarde vamos alternado pequeñas dunas con pistas en la hammada camino de nuestra primera acampada al pie de las dunas de Timbaine.

A la mañana siguiente dejamos atrás el solitario cerro de Timbaine y nos adentramos de nuevo entre los cordones de dunas. Comenzamos un poco torpes, sucediéndose las atascadas, pero con paciencia vamos solventando los problemas, superando  una tras otra las murallas de arena que encontramos a nuestro paso. Nos vamos alternando en la cabeza, disfrutando así todos los participantes en esta aventura de ir abriendo camino entre la nada de arena. A lo largo de todo el día irán alternándose los valles pedregosos con los cordones de dunas, en un continuo subir y bajar antes de montar nuestro último campamento.

La última jornada entre dunas discurre con en las anteriores, superando cordones de dunas en busca de la pista que nos lleve a Ksar Ghilane. A media mañana vemos en el  horizonte algunas estelas de polvo y de cuando en cuando el vuelo de un helicóptero. Los participantes del Rallye de Túnez han partido de Ksar Ghilane y se dirigen a la pista que une el oasis con Douz. Aceleramos el ritmo y nos acercamos a ver su paso.  Algunos se detienen junto a nosotros en busca de ayuda, parece que los compresores de aire les fallan más de lo previsto, incluso unos kilómetros más allá uno de los participantes de la ruta tiene que echar una mano a un corredor ruso con problemas en su vehículo. Una experiencia más en los viajes al desierto. A medio dia llegamos al oasis de Ksar Ghilane, donde nos esperan unas jaimas de lujo, merecido premio al esfuerzo realizado en los últimos tres días entre las dunas y la comida que se está convirtiendo en algo tradicional en nuestra llegada al oasis: Brik, un crêpe  de huevo, doblado en forma de empanadilla.

Tras el merecido descanso nos acercamos al parque cerrado para admirar las máquinas y sobre todo los impresionantes camiones aprovechando también algo de tiempo para reparar algunas pequeñas averías en nuestros vehículos.

Al día siguiente dejamos atrás las dunas y a través de pistas rápidas nos dirigimos hacia la localidad de Chenini, Ciudadela en ruinas situada en lo alto de un pico rocoso que domina un angosto valle, representativa de las ciudades fortificadas Bereberes de esta zona del Magreb. Paseamos por sus empinadas callejuelas y visitamos alguna de sus viviendas tradicionales para iniciar de nuevo el camino hasta Ksar Ouled Soltane. Aquí encontramos uno de los graneros fortificamos mejor conservados de Túnez.  Con varias alturas, cada uno de ellos pertenece a una familia de la población que de esta manera protegían las cosechas de los ataques de las tribus árabes.

Dejamos atrás definitivamente el desierto y por caminos de montañas nos dirigimos a Matmata, localidad conocida por la abundancia casas trogloditas, viviendas escavadas en la tierra distribuidas alrededor de un gran patio central situado al aire, manteniéndose una temperatura constante entre los rigores extremos del verano e invierno. Los recorridos por pista han acabado y por carretera nos dirigimos al norte, deteniéndonos en El Jem, donde encontramos uno de los anfiteatros mejor conservados del mudo romano. De forma elíptica, con 148 metros de anchura y 16 de alto, era capaz de albergar hasta 30.000 espectadores y gracias a su buen estado de conservación forma parte del Patrimonio de la Humanidad. Nuestro destino final es kairouan, también Patrimonio de la Humanidad, gracias a su bien conservada Medina. Situada en el centro geográfico del país, nació como un centro militar y de comercio, de hecho su nombre significa “lugar de reposo de las caravanas”, con el tiempo se transformo en un importante centro religioso, cultural y económico, muestra de sus esplendor son las casas de la medina en cuyas portadas podemos contemplar el poderío de las familias que allí residían, visita obligada en cada uno de nuestros viajes a Túnez.

El último madrugón y tomamos rumbo a la capital para tomar el barco que nos lleve de vuelta  a Europa tras un recorrido cargada de aventura y retazos de la historia.